17 agosto, 2014

Domingo

LLuvia, paraguas rosa prestado, taxi, asiento trasero. El estereotipo del taxista en pleno, gordo, platicador, descuidado para conducir, eso si, muy conocedor de la ciudad, de esos que te dicen 2 o 3 rutas mostrando su nivel de especialidad.

Granizo...sorpresa, latigazo en el cuello, en la espalda, golpe en la cara, vidrios, vacío en el estómago, el ruido ensordecedor de metal torcido en un segundo y la visión fugaz de la cabeza del taxista estrellando el parabrisas mientras voltea hacia mi cara aplastada contra el asiento del copiloto; con mirada serena, penetrante y casi sonriente...ya llegamos joven.

No estaba dormido, solo imaginaba un escenario alterno, perdido en la nada mientras evadía una realidad tan incierta como presente, ¿quién no ha pensado en algún evento evasivo? doloroso pero conveniente, por lo menos en aquellos momentos en que, de forma inofensiva, piensas en algo que dé variedad a una monotonía enfermiza, esa monotonía que a pesar de no quererla se aferra a tí como esa sanguijuela que sólo se esconde y nos persigue día a día.

Llegué a casa, me tiré en la cama sin saber para qué levantarme en la mañana, para empezar correré 8 kilometros, desayuno, baño, daré clase y seguiré buscando sosiego, incentivos o alguna actividad que me quite el miedo de levantarme cada mañana.

Lunes...

Paz.





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