Pujidos, llantos, gritos de dolor, instrucciones atropelladas, trapos, sangre, líquidos; un día más de trabajo para Carlota, la comadrona, la que hacía de ese "milagro de la naturaleza" algo cotidiano, la que había visto mas culos que cualquier doctor, la que podía contar cientos de historias de nacimientos en las circunstancias más adversas o con finales tal vez felices. Este no era uno de esos casos.
Nazario nació un 28 de julio de
xxxx, un día como cualquier otro, a veces nublado, a veces con sol, sin
mas opciones y pretensiones que sobrevivir el día, al igual que sus 4 hermanos, al igual que su padre y los padres
de sus hermanos que sepa Dios quienes serían, donde estarían y mucho
menos que habrá sido de ellos, al igual que su madre. En la calle no hay componendas ni sueños, la
vida se vive al día y así tiene que ser para sobrevivir. Nació como
tantos otros niños, en condiciones precarias, sin ninguna medida higiénica y al igual que sus hermanos sin el menor gesto
de atención, emoción o deseo. Era parte de una lección bien aprendida,
tírate al piso, abre las piernas y puja muy fuerte hasta que el dolor se
vaya, siempre era igual.
Fue lanzado al mundo de la misma forma
que fue concebido, a huevo. Su madre caminaba con dificultad, sosteniendose de las paredes mientras la rigidéz de la panza causada por las contracciones ya era evidente muy a pesar del delantal raido que llevaba puesto. Carlota por "casualidad" vió la escena desde el otro lado de la banqueta mientras caminaba para ir al mandado. "Cuantas veces Señor, cuantas veces..." dijo mirando al cielo mientras corria a encontrar a la mujer que luchaba contra lo inevitable.
Carlota no necesitaba información, ni medir la dilatación, ni siquiera preguntar si estaba bien, solo la cargó como borrego, la llevo en vilo hacia las ruinas de una vecindad, de esas tantas que hay en el centro de la ciudad; con la mano libre se quitó el delantal, saco de su bolsa del mandado el trapo para las tortillas y un periódico que llevaba para envolver los aguacates, los extendió en el piso y con un absoluto control recosto a la pequeña mujer sobre la improvisada cama. La mujersita no tuvo que pujar mucho, no era la primera vez y se notaba que llevaba horas en labor, Carlota solo gritaba órdenes y extendía sus manazas para amortiguar el golpe.
Salio con prisa y
fue recibido por las manos inmensas de la mujer, quién,
acabada su labor, le entrego el engendrito a su madre quien a su vez lo
recibió con indiferencia mientras buscaba dentro del escote un billete de $20 que extendió a la mujerzota. Esta agito la
mano rechazando el dinero –pinches indias, para que los traen al mundo
si no los quieren- dijo entre dientes incorporándose mientra sacaba un billete de a $50 de sus inmensas tetas, lanzándolo sobre el vientre desinflado de la recién parida. Carlota a pesar del tiempo siempre
trataba de buscar alguna emoción, la que fuera, nada, la madre solo miraba al techo sin expresión, sin pensar en nada y
sin tener ningún sentimiento.
Carlota abrió su bolsa, sacó una Biblia y
un calendario de esos que dan en la carnicería con hojas desprendibles y pasó las hojas con rapidéz.
Se hinco junto al niño, y en susurros dijo que el nombre que le tocaba
(según el calendario de don chucho el carnicero) era: Nazario. El
santoral católico no podía estar equivocado y mucho menos respaldado por
el gordo de los bisteces. No perdió la oportunidad de decirle al niño, mientras lo persignaba, que ya tenía nombre -por si te mueres mi´jo- asegurándose que la escuchara la madre.
15 minutos después las dos mujeres
tomaron rumbos diferentes, de Carlota no se supo nada, la madre
con el niño se perdieron entre las calles, aunque, de antemano estaban
perdidos. Nadie en ese momento pensó que años después el niño, al pasar
por una recaudería podría leer con dificultad en otro calendario:
Nazario.- Hebreo. Derivado del hebreo “Nazar” significa "Aquel
consagrado a un fin”. Leyó sin entender, pero nunca lo olvido y ese
recuerdo lo reviviría al pasar del tiempo como si nunca se hubiera ido.
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